La industria argentina ha demostrado históricamente una notable capacidad de adaptación frente a la volatilidad económica. Sin embargo, el escenario actual exige más que resiliencia. En un contexto global que posiciona a la industria como eje central, es crucial que el sector logre desplegar todo su potencial productivo. Esto implica superar desafíos estructurales como el costo argentino y su impacto en la competitividad.
Según especialistas, el sector industrial argentino presenta un buen nivel de productividad a pesar de los condicionantes externos. “Innovación, tecnología aplicada, formación de talento y economía circular son pilares que hoy sostienen el lugar privilegiado del entramado industrial argentino en la región”, destacan. No obstante, el entorno en el que operan las fábricas representa un obstáculo significativo. La baja competitividad sistémica, marcada por una macroeconomía incierta, inflación elevada y un sistema financiero limitado, limita las capacidades del sector. En palabras de un experto, “planificar a dos o tres años vista en este contexto es una entelequia”.
Otro de los principales problemas es el sistema tributario y la presión impositiva. Argentina lidera el ranking de presión fiscal en América Latina, con una carga que recae desproporcionadamente sobre las empresas formales. Además, la logística y los costos energéticos también afectan la competitividad. “Transportar un producto olivícola desde Cuyo a Buenos Aires puede representar hasta un 12% de los costos de producción”, señalan desde el sector. En términos energéticos, proyectos como Vaca Muerta representan una oportunidad para reducir costos y fortalecer la competitividad.
A pesar de estos desafíos, la industria argentina sigue siendo un motor económico clave. No solo agrega valor a sectores como el agro, la minería y la energía, sino que también tiene un impacto directo en el empleo y la recaudación fiscal. “Un empleo industrial crea dos empleos en otros sectores, y los salarios del sector son un 35% superiores al promedio de la economía formal”, afirman los analistas.
Transformar la resiliencia en desarrollo productivo requerirá una estrategia integral que combine pragmatismo, planificación y un enfoque tanto macroeconómico como microeconómico. “El desafío es enorme, pero realizable. Con una agenda estratégica que entienda las cadenas productivas y ponga en valor nuestros recursos, es posible consolidar una industria que integre y dinamice todas las regiones del país”, concluyen los expertos.